Perro que ladra no muerde
Cuando pronuncie su nombre la primera vez, se me
quedo pegada la lengua en el paladar.
Tuve miedo de decirlo mal frente a él, tuve miedo de equivocarme, de mezclarlo con
otro nombre y ofender para siempre nuestro primer encuentro. Cuando estuve en
la intimidad de mi habitación dije su nombre dos veces en voz alta y la tercera
me lo guarde todavía con la lengua pegada en el paladar y un poco de su saliva
en mi boca.
Resulta que no dejaba de decir que era un buen
hombre pero yo no lo creí; puesto que perro que ladra no muerde. Sin embargo, me habría dado pésima
espina que dijera lo contrario, que era un chico muy malo y que resultará será
un pan duro de Dios.
Para variar, en la escala del uno al diez no le
pondría ninguna calificación, no hasta el momento en el que su rodilla tratará
de separar las mías abriéndose paso hasta mis tatuajes y mi voz. Mi voz
diciendo su nombre por fin de la manera correcta. ¿El problema será entonces,
qué ya comienzo a escribirle cuando tiene por adelantado un dos o un tres en mi
escala del uno al diez?
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