Voz alcoholizada de terciopelo
Que placentero me
resulta que te acuerdes de mí en medio de tu borrachera, tu voz que como muchas
voces cambian en medio de algún acto siniestro: me acariciaba el oído. Quién
podrá negar que el alcohol se convierte en una sustancia reveladora que aligera
la verdad y la hace salir como una caricia maligna, provocando decir más de lo
que debemos, más de lo que sentimos y prometer más de lo que podemos.
Qué alivio que en medio
de una noche turbulenta llena de tragos amargos y no tan amargos, mi imagen
(quién sabe cuál de todas) haya invadido tu mente. Sin embargo, después de
todo: la invadida fui yo. Tu ejército de dudas caía uno a uno, tu orgullo se
destapaba igual que un libro prohíbido, tu boca me necesitaba. ¿Cómo no iba a
doblegar la seguridad que custodiaba mis propios deseos?.
-Ven a mí. Rescatame de esto- decías sin
dejar de repetir; pero el único peligro que ibas sufriendo conforme la noche
avanzaba: era mi ausencia, la tierra sin mí, la bodega llena de botellas que no
tenían mi nombre, los relojes que no te miran como te miro yo. Ebrio me
pareciste adorable y toda esa franqueza involuntaria me conquistó. Me conquistó
como se conquistan las cosas sencillas, las cosas inocentes, las indeseadas y
las absolutas."Si no vienes voy a hacer que te vengas", que adorables los hombres borrachos!
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