No hay peor carcel que las palabras que no se dijeron
Sabía
que lo nuestro no funcionaria del todo bien. Pero pensé, que pondría todo de mi
parte. Y con –todo- me refiero a mi disposición incluso cuando todo estaba en
nuestra contra. Cuando las oportunidades eran escasas y el resultado peligroso.
Me arriesgué nuevamente. Y yo misma me metí en la cabeza que esta vez sería
diferente todo, pero en el fondo sabía
que no. En el fondo lo sabía todo, como terminaría. Lo único que me sorprendió
fue lo rápido que echamos al costal roto, las llamadas, los “debería estarte
besando”, los “quiero verte”, los “necesito verte, estoy muy borracho”. Las
caricias que nos dimos por teléfono a kilómetros de distancia. Pero el monstruo
de tus relaciones del pasado se lo comió todo hace dos días. No me siento
triste, quizá solo un poco cansada. Ya es muy normal en mi vida esa situación
de neutralidad en los aspectos que al corazón se refiere, ni fría, ni caliente.
Ausente, será la palabra. Te pienso y luego me enojo contigo. Con las
decisiones que tomaste y no puedo evitar el pensamiento de –lo que pudo haber
sido-. Hay universos que se han muerto así. En el intento. Así desfallecimos
nosotros, con la incógnita en los labios. Enterrando en una maceta las palabras
que nos quisimos decir, que al darnos cuenta, sabíamos que nos oiríamos
estúpidos. Pero mi buena memoria y mi orgullo, han archivado lo que me has
dicho, desde otra ciudad, ebrio y sobrio. Para sacarlo a flote y utilizarlo en
tu contra. Para aplastarte con tus propias palabras y que vengas corriendo a
esconderte detrás de mis piernas, de la vida, de la perra vida que te quiere
llevar todavía más lejos de mi.
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