El Capitán




              El hueso estaba roto, y estaría roto aunque lo repararán la siguiente semana o el mismo día. Sería un hueso roto cada vez que recordará como había caído con fuerza contra el piso. Los fragmentos del hueso no irían a ninguna parte, se quedarían en su interior, recordándole la unión y la separación de los detalles, los accidentes domésticos y su necedad que nunca la llevaría muy lejos. Su tobillo quebrado, la hacía sentir como su perro negro de la infancia, ese perro que se llamaba Capitán y el cual parecía, gracias a su nombre, liderar a todos los perros de la colonia.
Al fin ella comprendió como se sentía El capitán cuando lo arrolló la camioneta que pasaba cada tres días por su calle vendiendo fruta. Y con esto, sabia como se sentiría los siguientes días. Pobre Capitán que no tuvo más que su instinto de perro para saber que debía hacer y por cuanto tiempo debía dolerle la pata. Lilia pensó que se quedaría echada dos o tres o cuatro días, sin moverse para que se acomodará lo que se había desacomodado, y que entonces los siguientes días brincaría no en tres sino en una pata para poder alcanzar los muebles, las llaves y el teléfono. Y entonces relaciono la amistad con la desgracia, no en su situación sino en la del Capitán, de cómo sus perros vecinos se acercaban al barandal de su caso preguntando con ojos y cola por el Capitán, por su amigo, suponía que para ellos, fue fácil notar su ausencia; y lo visitaban hasta que sus dueños les gritaban que ya era hora de volver, como cuando los niños van a jugar con los vecinos.
Y entonces después el Capitán salió a la calle cuando se sintió listo, cuando sintió que podía ser el mismo pero con una pata arremangada porque no tuvo remedio. Y entonces Lilia pensó que a sus amigos les había dado el consejo de no cruzar las calles como lo hizo él aquella tarde. Y Lilia creyó que sus amigos perros habían entendido porque hasta entonces no habían vuelto a atropellar a ningún perro en toda la avenida.
Pero a ella no le dieron consejos,  nunca nadie le dijo que no debía cambiar los focos más altos de la casa ella misma, que no debía usar zapatos altos cuando se subiera a la escalera. Y finalmente, nadie le dijo que los maridos servían para eso, y que los hijos para salir a pedir ayuda.


Firma Carol,
les comparto el escrito que nunca me atreví a mandar a una convocatoria (que pedía mil y un requisitos para poder participar) 



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