Treinta y siete
¿Cómo puedo
decirte sin palabras que ya me acostumbre a tu cobardía?¿Qué ya me acobarde a
tu costumbre? Al menos ahora se,
exactamente, porque lo nuestro (que no es nuestro) va así. Ni siquiera me
atrevo a contestarte ese mensaje, no sé si por orgullo, por venganza o por hacerme
la interesante. Supongo que después, cuando haga un ensayo exacto de mi
opinión, te lo enviaré en un intento, de que si te lo digo en una conversación
abierta, me cambies de tema. La cobardía también viene acompañada de la evasión
de las preguntas y sobre todo: de la realidad. En la ventana todavía abierta de
nuestro historial, el último mensaje que
te envié: el mismo que no tuvo respuesta decía así “¿Dónde andas? Para ir por
el beso que me debes”
Hace treinta
y siete días. En todo ese tiempo pueden pasar muchas cosas y en todo ese
tiempo, no se te ocurrió ningún pretexto para escribirme y justo esta
madrugada, decides soltarme la verdad, en un mensaje tímido y maníaco. Un
mensaje que habla más de mí que de ti. “No
sé porque te tengo tanto miedo, me has gustado desde siempre”.
¿Te fijas
cómo tu mensaje y el mío tienen mucho que ver a pesar de los treinta y siete
días de diferencia? En el mensaje que yo te envié, puedo dejar ver: mis ganas
de verte, de saldar deudas, de reclamar tu boca, de romper la distancia, de ir
a encontrarte, de facilitarle las cosas yendo yo hacía a ti, de situarnos en tiempo y espacio como dos
amantes normales. Lo cierto es que ni normales ni amantes.
Tu mensaje es
todavía mucho más claro y no solo textual. Tu mensaje quiere decir, que es
verdad cuando hace años nos dijimos que éramos nuestro amor platónico
respectivamente. El amor platónico o amor plato único, es aquel que no se lleva
acabo, no correspondido e imposible. Pero ya no me dan escalofríos de saber que
somos imposibles. Otras cosas me dan más miedo, que yo sea una mujer
intimidante por ejemplo. Que si en cierto momento tú y yo tengamos algo más
serio, que digo serio sino real, yo tenga que convencerte cada cuarenta y ocho
horas de que soy inofensiva.
Lo cierto es
que ya no tengo ni tiempo ni fuerzas para quitarle lo cobarde a las personas,
darme ánimos a mí misma ya de por si es otro deber que no debería tener.
A mí también me gustas desde hace mucho tiempo y sería vergonzoso echar
cuentas hacía atrás de cuantos años han pasado desde entonces. En cambio tú, no
batallas ni te avergüenzas, sólo dices: Me has gustado desde siempre. Como si
las cosas fueran menos complicadas o menos dramáticas con ello. Si este se
convierte en mi ensayo completo de mi opinión, también diré que la palabra
–siempre- debería ser un delito. Y que enserio deberías intentarlo y que qué
horrible que alguien te diga que te tiene miedo.
Firma Carol,
Que celos tengo de las mujeres que se te acercan, que celos.
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