Incluso el poder de leer la mente no supera al de la teletransportación






Y así fue como comencé a salir a la calle con la intención de encontrarlo en algún lugar público, miraba en las colas que hacía la gente para pagar algún recibo, registraba los alrededores en el espacio que da un semáforo en rojo; cuando llegaba a algún restaurant pasaba entre las mesas buscando algún rastro, algún rostro que fuera como el suyo para saber que estaba cerca, era extraño porque todas las personas se daban cuenta que buscaba algo y me miraban a la cara facilitando mi búsqueda.
Así era como sentía su presencia cerca o lejos, cuando veía algún rasgo suyo en la cara de algún hombre, cuando encontraba el color de su camisa en alguna cobija de hotel, en un auto color guinda, y casualmente el color guinda y el shedron era el color del vino. Sus ojos no se reflejaban en las copas, ni en las botellas de cerveza; sin embargo, me falto valor para buscarlo en el coñac o en el brandy, me falto brújula y mapa para buscarlo en lugares donde la suerte podía voltearse en contra mía.

 Ahí fue cuando pensé que en realidad nuestra ciudad no era tan pequeña como parecía, que hay cientos de lugares donde la gente se mete y donde no tiene que decir que está escondido para estarlo; el tiempo jamás me habría alcanzado para buscar en todos los lugares y a todas las horas aunque yo misma fuera un fantasma. De todas formas el mejor poder del mundo sería la teletransportación: que tus partículas una a una fueran cayendo a la orilla de mi puerta hasta que tu cuerpo se completara, para ya no tener que salir a la calle a buscarte. 


Firma Carol,
Hace falta hombres talentosos que den ganas de quedarse en las fiestas 


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