También me gusto torpeza
Me mato la
seguridad con la que viniste hacía a mí: seguro de que me encontrarías en mi
lugar de siempre; me gusto las cosas que dijiste y la forma en que las dijiste:
con énfasis en lo importante y soltura en lo irrelevante. Me gusto tu capacidad
de ver más allá, de ver que mis intenciones eran como un iceberg con el resto
de su cuerpo oculto, que lo poco que viste de mi te gusto y que eso te basto
para decidir que querías conocerme cuanto antes; no como yo que necesite de dos
de mis propias bofetadas para decirme que nada se tenía que pensar dos veces,
ni siquiera lo que quería que saliera bien; que así como uno no se puede
separar de las cosas malas tampoco se puede separar de las buenas solo porque
sí. Y la verdad es que yo no quería separarme pero sentí necesario hacerme del
rogar aunque fuera dos veces antes de quedarnos de ver en algún lugar y me voy
a citar textualmente “Supongamos que
hablamos de nuestras vidas (pero no demasiado), que nos tomamos un café, que
nos vamos acostumbrando a nuestras presencias y formas de ser, a nuestro
horario, a la ligereza con que la que tomemos las cosas, a la frecuencia con la
que visitamos ciertos lugares” . Y
para tu suerte o para tu ventaja, al no encontrar tantos rastros que me
gustaran en ti más que la obvia atracción que sentía al verte, tuviera que
salir contigo y ver cómo eres en el mundo exterior, dándote oportunidad de una
u otra forma de conquistarme y/o convencerme. No me interesan los hombres que
son iguales a mí porque eso sería un suicidio de aburrimiento. Eres torpe y eso
dice más de tus nervios por gustarme que de tu poca o mucha experiencia. Eres
torpe de esa forma absoluta y linda. Y que raro que yo use esa palabra, primero
–absoluta- y luego –linda- a mí también me entorpece tu torpeza, no cabe duda.
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