The lucky ones
Dos veces a
la semana soy bruja, pero ayer con un vestido que me llegaba arriba de la
rodilla y con una licra debajo, me asusté a mí misma. Ayer apareció el sujeto
que había estado buscando en los restaurantes, en la fila del banco y en los semáforos,
apareció en mi puerta: más precisamente apareció en mi puerta con un recado que
decía: Pásame tu teléfono.
Me quede
sonriendo como una imbécil y luego escribí el último número mal, y así se fue
el sonriendo también, mientras a mí se me caía al suelo un frasco con
doscientas cincuenta pastillas. Me quede recogiéndolas con las manos temblando
pensando en que era la más suertuda bruja hija de puta del mundo mundial.
Como
obviamente no le respondí, volvió a venir al día siguiente para preguntarme si
había recibido su mensaje. Tanto fue mi espera, que precisamente, ya había
contemplado que entre los nervios había escrito mal mi número celular, tal como
había sido. Enmendamos el error y hemos hablado todo el maldito día, ya le dije
que en mi lápida dirá: Gracias por haber venido otra vez, soy una imbécil.
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