Voz alcoholizada de terciopelo




Que placentero me resulta que te acuerdes de mí en medio de tu borrachera, tu voz que como muchas voces cambian en medio de algún acto siniestro: me acariciaba el oído. Quién podrá negar que el alcohol se convierte en una sustancia reveladora que aligera la verdad y la hace salir como una caricia maligna, provocando decir más de lo que debemos, más de lo que sentimos y prometer más de lo que podemos.
Qué alivio que en medio de una noche turbulenta llena de tragos amargos y no tan amargos, mi imagen (quién sabe cuál de todas) haya invadido tu mente. Sin embargo, después de todo: la invadida fui yo. Tu ejército de dudas caía uno a uno, tu orgullo se destapaba igual que un libro prohíbido, tu boca me necesitaba. ¿Cómo no iba a doblegar la seguridad que custodiaba mis propios deseos?.
           -Ven a mí. Rescatame de esto- decías sin dejar de repetir; pero el único peligro que ibas sufriendo conforme la noche avanzaba: era mi ausencia, la tierra sin mí, la bodega llena de botellas que no tenían mi nombre, los relojes que no te miran como te miro yo. Ebrio me pareciste adorable y toda esa franqueza involuntaria me conquistó. Me conquistó como se conquistan las cosas sencillas, las cosas inocentes, las indeseadas y las absolutas.


 Firma Carol,




"Si no vienes voy a hacer que te vengas", que adorables los hombres borrachos! 

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