Las perlas de un collar roto


Lo miro a través del vidrio polarizado de su camioneta desde que se estaciono afuera de su oficina. No lo había visto suficientes veces, pero su rostro no era fácil de olvidar.            Lo reconoció de espaldas. Era extraño porque desde el principio siempre se habían mirado a través de los objetos, a través de los cristales, como se miran los eclipses solares y que eso quede bien claro.
Con la ventaja que le daba su altura sobre la de ella, era posible que el tuviera un mejor ángulo para grabarse los rasgos de su cara, su boca que estaba ligeramente dispareja por los golpes a base de besos que le había dado la vida, sus ojos que no se atrevían a mirarlo de frente, porque su cuerpo, su altura y su mentón la intimidaban.
Cualquier otro hombre con menor edad no le habría resultado inquietante, le habría dicho buenas tardes y lo habría devuelto por la misma puerta por la que vino. De la misma manera otro hombre que la rebasará en edad y se atreviera a sonreírle de esa manera en que él lo hizo, habría sido un rabo verde y por la misma puerta habría salido pero sin el buenas tardes.
Primero lo vio de espaldas en el interior de su auto y en un segundo más ya lo estaba mirando de frente y él le estaba extendiendo la mano y en ella había una golosina. La tomo con desconfianza y luego dijo gracias por cortesía, al mismo tiempo que la encerraba en un cajón. Se levantó de su silla, se alisaba la blusa y los buenos modales. Camino delante de él para acompañarlo hasta otra oficina y sintió que el piso se había vuelto resbaloso como si en el hubieran caído las perlas de un kilométrico collar. Quién sabe si él estuviera igual de nervioso, porque cualquier palabra que intercambiaban era motivo de una sonrisa que él no podía evitar.
En la boca se le notaban los daños, pero no los años así que no le pudo calcular la edad. Su cuerpo no ayudaba y sus canas prematuras parecían sumarle puntos a la lista de sus atractivos. Antes de marcharse, él le pregunto su nombre y ella lo dijo tan rápido, que después lo tuvo que deletrear. Él lo repitió para sus adentros cuando ella había vuelto la vista a los papeles que parecían moverse por sí solos debajo de sus manos, porque quizá estas temblaran.
Él se fue con su nombre en la boca, sonriendo como un adolescente cuando la adolescencia ya le había pasado hacía la mitad de su vida. Abrió el cajón y ahí estaba la golosina brillando como si fuera la excusa de una misión y ella pensando, que nombre le correspondería a ese rostro; deseando que por favor fuera uno que tampoco se pudiera olvidar

Firna Carol, 
 Hizo a escondidas una lista de los posibles nombres que el podría tener . 



Comentarios

Entradas populares