Catorce días




Estoy esperando que instalen las persianas para llamarlo de nuevo, no estoy dispuesta a qué la luz nos despierte y nos acalore de nuevo.  Mis días se han vuelto una agenda infinita de actividades cumplidas y no cumplidas, pero a intervalos, he estado pensando mucho en Canadá. El sol de las once a las seis de la tarde fastidia; el estrés laboral es habitual pero cayendo cada vez un poco más en querer vacaciones eternas. No tengo mucho que decir, ni sé que lo sugiere, pero estoy pensando mucho en Canadá y en planear alguna visita a aquellos rumbos anglosajones. Cliff dice que está trabajando muchísimo, pero no sé si lo vea como algo bueno o algo malo, él tiene mayores responsabilidades que yo por lo cual deduzco que se trata de una queja, a estas alturas, quiero decir de la edad, aparecen distintas crisis existenciales y económicas; por ahora yo estoy bien en ambos rubros, sin embargo un día de hartazgo total me dijo: Well, move to Canada.

Lo cierto es que nuestras cabezas y nuestras vidas son muy diferentes pero por suerte, hemos convergido en algo importante: ambos valoramos habernos conocido. Constantemente encontramos nuevas personas, pero algunas veces, la situación es tan particular que sabes que por fuerza habrá un impacto. Una colisión que te jode o te salva, una eventualidad que puedes olvidar en catorce días o no olvidarla nunca. Una persona de menor o mayor control emocional, de menores o mayores problemas, de iguales o diferentes ambiciones, que viene a enseñar o a qué le enseñes. Al fin y al cabo, alguien necesario para que la vida no sea siempre igual.

Existe un punto en dónde después de tanta catástrofe ya tienes categorías. Generalmente las que han superado los catorce días de desuso son las que volveríamos a repetir.

Me perdí en dos pares de ojos azul mar 
Carol 

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