¿Y si mi fantasma también te siguiera?



Me llamaste para decirme que estabas conduciendo detrás de mí, que me habías seguido por cinco cuadras y que yo ni siquiera me había dado cuenta. –Debes estar alerta. Ah y no contestes el teléfono mientras conduces- y luego me colgaste. Primero me asuste porque tu voz era como la de un papá furioso y luego ese mismo gesto me enterneció. Después de eso y después de que nos dimos el adiós forzado observaba más seguido por el retrovisor. Tal vez con la esperanza de encontrarte siguiéndome o de plano por la paranoia que me habías ayudado a cultivar. En dos ocasiones te descubrí desviar tu camino justo cuando yo me estacionaba en la cochera de mi casa. Vi cómo te ibas a toda velocidad calle arriba y sentía que por el retrovisor tú también me veías, pero entre nosotros dos no había nada más que decirnos, apenas teníamos derecho a mirarnos.  Yo a veces andaba con la sospecha que me seguías, que doblabas en una calle justo antes de que me diera cuenta lo mismo que un fantasma. Esa sensación me traía recuerdos y me hacía extrañar las pocas noches en que compartíamos el pobre pedazo de vida que nos unía.
Tal vez también recuerdes aquella vez que me dejaste en una estética mientras ibas a firmar tu pase de salida a tu oficina, que no es una oficina normal y que yo no quise ir, primero porque sin ti jamás volvería a ese lugar y porque eso sin duda, después de me causaría una extraña tristeza. Cuando ambos salimos me dijiste que me veía linda y me oliste el cabello, luego tomamos un atajo. Un puente de tráfico pesado que los conductores normales a veces evitaban. Yo estaba programando una canción que acaba de descubrir y te estaba explicando que hablaba sobre un hombre que se había ido a la guerra; en el carril opuesto al de nosotros un perro de tamaño mediano se cruzó frente a un camión que era enorme. Yo grité y me lleve las manos a la cara y a ti te asusto más mi grito. Me tape los ojos pero sentí que lo pude ver todo, estaba segura que el impacto lo había partido en dos. La canción había dejado de escucharse y cuando llegamos al próximo semáforo tú me volteaste a ver y a mí me corrían las lágrimas por la cara. Te asusto que llorara en silencio, me tomaste del antebrazo y luego me apretaste la mano. No siento que pudieras comprender porque ni siquiera yo sabía porque lloraba, pero otra vez me enterneció tu desconcierto.
            Quién sabe si a ti te pasará lo mismo, que a veces te sorprendiera algún recuerdo de mi o uno de nosotros. A mí me sucedía seguido, bastante seguido para ser sincera, era como si hasta ese entonces las escenas y los momentos que compartimos tomaran real importancia; lo único que quería es que con el tiempo se desvanecieran los flashbacks que a veces ni siquiera estaba segura de que fueran ciertos. Cualquier cosa era motivo de nostalgia y en un episodio de aburrimiento desfilaban pedazos de nosotros.  
            Estábamos afuera de mi casa despidiéndonos sin despedirnos como era habitual. Minutos enteros pasaban para poder darnos el beso final y a veces todavía nos demorábamos otros tantos. Estaba frente a ti con la espalda a volante y te besaba y te mordía los labios lo recuerdo bien. Forcejeamos y no me dejabas irme, nos besamos tan desesperadamente que toque el claxon con el trasero más de una vez y eso nos causó una risa de adolescentes. Hacía frió y tenías tantos empalmes de ropa que cuando estaba segura de tocarte la piel desnuda de la espalda una nueva capa de tela se topaba con mis dedos. Te me figuraste un niño vestido por su mama. De la bandeja lateral de la puerta sacaste unas esposas y luego dijiste -¿Jugamos?- y yo te las arrebate y te dije que sí. A ti te entusiasmo mi respuesta y comenzaste a reírte. Te pedí las llaves y me seguiste besando. –Te juro que eres a la primera que esto le causa emoción. Pero no son para jugar- dijiste mientras las meneabas una abrazando a la otra y estas emitían un sonido de llavero. Me extraño que aunque todo fuera un juego, tuvieras miedo de que lo nuestro fuera divertido, claro que al final nadie se rio. Ni tú, quiero decir, menos yo.



Firma Carol, 
A mi me recomendaron en una convocatoria para becas de escritores que usará un seudónimo, pero nunca me acostumbré.  

Esta historia me recuerda a "Nunca te enamores de un trapecista porque en cualquier momento te dejará caer"


Comentarios

Entradas populares