Repostería Francesa


4 de octubre 

En una noche como está el cielo fue espejo del infierno para más de uno en esta ciudad. Me agradaron tanto sus sugerencias, que no me queda más que querer obedecerlo y sugerir otros tantos temas a favor de las precauciones que debemos tomar.
Sé que este tema será áspero, mencionar al infierno en este recado que no es de amor tan solo de confidencia, me da valor para no temer espantarlo con lo siguiente: No juegue conmigo. No juegue conmigo porque para empezar, yo no sé perder. Sí esto ya se convirtió en un juego, si ya lo considera así porque ya cedimos a la escritura, a los códigos, a los sobornos materializados en golosinas y helados; sí es así entonces tal vez deba decir: No sé deje llevar conmigo. Yo soy una de las mujeres más voladas que conozco y le advierto que en ese sentido, lo que comienzo lo termino. No juegue y no sé deje llevar por mi si no está en condiciones de subir la apuesta para finalmente arriesgarlo todo. Sí tanto asegura que hace jugadas sin fundamento le sugiero que lo reconsidere, que replantee su estatus de conquistador, porque en el futuro, en los próximos días o en los siguientes meses no voy a aceptar un retiro injustificado.
Sugiero poner un límite, si es necesario poner dos. Le recuerdo que usted fue quien comenzó esta guerra al levantar un rifle que tenía anatomía de flor y olor a chocolate. No juegue conmigo si su condición, si su situación sentimental no se lo permite, si con su pasado o circunstancia me va a negar derechos después: deténgase. En mi vida ya no caben historias inconclusas, yo no quiero que usted se vuelva una de ellas y que después con el tiempo cuando lo vea en la calle o en la feria lo mire con nostalgia o peor, con tristeza.
Si va a seguir visitándome a deshoras, rompiendo las reglas a su antojo, llamándome a la oficina fingiendo ser otra persona, hágase la promesa de detenerse cuando ya no vea prudente nuestra situación, porque yo nunca soy capaz de hacerlo. Yo seguiría como caballo al que se le cruzaron las riendas y va pisándoselas con las patas delanteras de un lado a otro, usted me entiende como. Yo seguiría porque no puedo detenerme, no pararía hasta que tuviéramos que desarmarnos a palabras, a moquetes, a punta de palos y no precisamente a esos palos en los que ahora piensa. ¿Muy áspero, verdad? Es por nuestro bien, por el bien de nuestro romance infantil e invisible, por el bien de la colonia de hormigas que nos dominan cuando nos vemos de frente, por el bien de los caballos que se lastiman los cascos por andar pisando el asfalto caliente de un amor que no conviene. Así nos ahorraríamos un sin fin de disgustos y por fin aclarado podríamos darle paso a las palabras bonitas.
Seguramente se preguntó desde un inicio porque escribirnos, porque no esperar al encuentro próximo y ahí hablar de todo lo que quisiéramos. Primero, el tiempo nunca alcanza; y yo no me arriesgaría a que nuestra conversación cayera en oídos de otros. Segundo motivo y más suficiente: las palabras acarician más y mejor. Si se niega, si jura que no ha sentido las caricias que le envió entre cada letrita mal caligrafiada, lo haré pedazos se lo prometo.
Y como dicen luego los intérpretes, con esto me despido: Como me gustaría felicitarlo en persona por haber mencionado a Mario Benedetti la última vez. Él siempre ha sido y será mi tema de conquista. Llámeme loca, pero convencida estoy que él a través de mí o yo a través de él le enviaba un mensaje importante. Como me gustaría saber qué cara puso cuando lo leyó, como aparecí en su mente, si en esa imagen que estructuro yo llevaba el vestido con el que me dijo que me veía linda, si me imagino lejos o me sintió cerca. Me basta con saber que se veía adolescente mirando las postales, basta con saber que usted será tan joven como yo quiero que sea. 

Hay personas que como quisiéramos que tuvieran diez años menos, 
Firma Carol 

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