Eres buena suerte



Dejó las llaves sobre el mostrador y yo se las escondí para que no pudiera irse. Lo primero que pensé es que a esas llaves les hacía falta un llavero y se me ocurrió que le podría regalar uno con una fotografía mía para que no me olvidara jamás. Las guarde en el sobre que contenía el documento que yo iba a enviar para que me dieran la beca para poder publicar mi libro. No fue hasta después que pensé que tal vez eso me daría buena suerte.
Las estaba buscando como loco en sus bolsillos y en todas partes y cuando salí le dije -¿Necesita que lo lleve? – y moví las llaves en mi mano. –Vámonos- me dijo- Vámonos antes de que alguien nos vea-. Me lo había pedido tantas veces, bajo las mismas circunstancias que pensé que sería una tonta si no me iba con él aunque tuviéramos que volver a los cinco minutos. Cuando me subí a su pick-up tuve que agacharme sobre el asiento para que no me vieran, hacía tanto calor que tenía que hacerme aire con algo y en el asiento trasero encontré el Diario de Ana Frank y lo use como abanico.
Tuvimos una conversación habitual, yo ya sospechaba que cuando estuviéramos solos no íbamos a saber qué hacer y así fue. Nos estacionamos en una esquina bajo un árbol que no nos daba sombra y todavía ahí, no era capaz de tutearlo. Lo único a lo que me atreví fue a tocarle el puño de la camisa y pasarle los dedos sobre los botones que eran azules y de presión. Sentí que la mano se le había puesto tensa y cuando termine de examinar la tela él abrió y cerró los dedos como si le hubiera dado un calambre.
-Ya dígame qué edad tiene y si me miente, voy bajar el vidrio y gritaré que me está secuestrando – le dije y él soltó una carcajada tan fresca que yo sentía que el chorro de una cascada me caía sobre la espalda. Me miraba tanto que yo sentía que más sudaba. –¿Siempre eres así? – preguntó - ¿Así como? – dije yo. –Así como si estuvieras a la defensiva-. No contesté nada, sólo me reí ¿Qué iba a hacer?. Tenía razón y ya, yo soy así cuando alguien me gusta demasiado y eso sin duda, no se lo iba a explicar bajo el árbol que no nos daba nada de sombra.

Volvimos a la oficina y yo le pedí que se estacionará lejos para que no vieran de donde venía, o peor, que vieran con quien me había ido. Yo he tenido toda la vida un don especial para los amores problemáticos, imposibles, dramáticos e insuficientes; pero eso tampoco se lo iba a explicar. – Dime una cosa ¿Qué ya no me hables de usted es bueno o malo?- me dijo – Yo diría que es malo – dije- Y yo ya estaba abajo, pero no me quería irporque no sabía cuándo iba a volver a verlo. Su cara tenía un gesto dulce y me miraba la boca, saco la cabeza por la ventana y alcancé a oír que gritaba a media calle, igual que un loco –Solo espero que estemos avanzando y no retrocediendo- 


Ya le cambie el nombre a mi novela, 


Carol 

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