Los unos y los otros



         Tenía la facilidad de soltar a las personas, dejarlas ir y luego atraparlas en el aire con violencia. Primero las atropellaba con su drama una y otra vez y después los obligaba a una rehabilitación que ella misma ejercía a base de besos, cuentos, de un sexo tan ardiente que les dejaba el corazón calcinado. No había nada que pudiera detenerla, ni una habitación de motel mugrosa, ni el remordimiento de una esposa que se quedaba en casa haciendo la cena, ni su propio orgullo al saber que solo jugaba.
Quien alcanzaba a huir de ella volvía después como si en verdad hubiera logrado que la necesitaran, a veces deseaba volver a verlos y les brincaba en los brazos cuando los veía parados en su puerta, pero a los que no eran bienvenidos les daba un beso en la boca y les daba las gracias para decirles adiós. Tenía una extraña precisión basada en el presentimiento cuando sabía que alguien ya no iba a servirle de nada, ni siquiera para redactar una notita romántica y suficiente, de aquellas de las que dependía su memoria, la memoria esencial del amor.

            Y como en todas las historias y en todos los protocolos… había uno con el que deseaba hacer la excepción, él único que no podía tener por completo, el único que había sido capaz de rechazarla sin conocerla, el que le había enseñado a punta de reveses que uno no conoce la importancia de ser puntual hasta que llega tarde a la vida de alguien, alguien que no puede disolver su pasado ni volviendo a nacer. 


Hoy iba a llevarme la policía por estar afuera de mi casa, dándole un beso a alguien en el asiento de atrás 


Firma Carol 

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