Audaz protocolo

      




        Imagínate que fuera tan mala como dices que soy. Que te calculará las sonrisas y las miradas y de pronto te dijera “No más. Te has acabado la dosis de besos del día de hoy” y luego me marchará sin voltear a verte. Imagínate que mi amor funcionará bajo el protocolo del amor de las prostitutas. Que te vendiera mi desnudez y te dijera en cuántos movimientos debes desvestirme y con cuanta labia tienes que hacerme el amor. Imagínate que te beso con los ojos abiertos y te acaricio a la fuerza y lloro para que te quedes un poco más. Ha de ser horrible tener por dentro frio el corazón cuando por fuera uno se derrite sobre una piel tan inolvidable como la de un tambor. Perfecta para guardar el ruido y orgullosa para saber cuándo cantar.
Tendrías que imaginarte entonces que fuera una bruja y me apareciera en tu espejo mientras te lavas la cara y gritará a lo lejos -¡No mires a nadie más!. Que te aventará al rostro las palabras y te reclamará a gritos lo que no has hecho por mí. Que te reprochará no haber ido a mi vacía fiesta de cumpleaños cuando era niña, que no te dejará mirar mi cicatriz.
         Imagínate que me pides que no sea dura contigo y me vuelva de piedra y me quieras tocar y me haga pedazos y mis cenizas caigan a un lado de tu colchón. Que tuvieras que rezar para que apareciera, que cerrarás los ojos y no estuviera sentada en tus piernas como cuando dices que así el mundo te resulta mejor. Imagina que me dices otra vez –Te quiero- y yo te vuelva a contestar –No hay que decirnos esas cosas- y cancelará en un solo acto el resto de nuestra historia. Imagínate que fuera tan mala como dices que soy y tú fueras tan bueno como dices que eres. 

Imagínate que no eres de otro, decía la primera hoja de aquel libro 
Firma Carol 

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