No hay reclamos




Mis perros le ladran al cielo cuando ven que un relámpago cruza el patio de nuestra casa. Hay en los ojos caninos algo que siempre me hace pensar en las personas que quiero tener cerca, pues los perros llevan consigo la imperiosa necesidad de hacer siempre lo que quieren sin saber porque existen las restricciones. Tus perros de ojos amarillos no comprenden -por ejemplo- porque me habrías llamado amor secreto o amor imposible la primera vez porque para ellos el amor solo lleva una representación sencilla y concisa y esa es: darlo todo.

Para los perros hay palabras que se repiten y por lo tanto responden igual  a ellas, eso sí, jamás aceptan un no por respuesta. Tampoco tienen la desdicha de poder pensar en el futuro, por lo tanto su única ansiedad es disfrutar el ahora y es en este momento en el que sé que debimos habernos querido como perros. No hay nada más que decir ahora, si la mitad de mis predicciones se volvieron ciertas no hay triunfo que valga más que esta inmunidad que me he creado. Siempre encuentro la forma, el momento o el vicio. Siempre hay una palabra que me defiende y cada vez esta vida de estrategias se vuelve más precisa. Si no voy a verte nunca más atesoraré como un perro a un hueso, el recuerdo de tu rostro. Dejaré de imaginar que es lo que estarás haciendo y borrare de mi cabeza la imagen de que estás con ella para tan solo poder traer a flote tu boca diciéndome algo, tu mirada tratando de adivinar un pensamiento y todas esas cosas que ahora son mías aunque eventualmente yo sepa que en algún momento se disolverán. Nada de lo ocurrido y de lo suspendido aquí me entristece excepto dos cosas: la pintura que no te he podido terminar y la muerte de tu perro por no haberme ofrecido a cuidarlo mientras no estabas en la ciudad aunque ello no me correspondiera. 



Firma Carol 
Nada pasa aqui corazón de piedra 

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