Hombres rectos
Quién sabe dónde guardes la carta que aquella vez te
escribí y quien sabe porque ahora me acuerde de eso. Habrás vuelto a tu vida
con la naturalidad de quien siempre ha estado en el mismo lugar y mirando hacia
el frente. Yo hice lo mismo pero sin poder salvarme del desconcierto que me
provocaba no volver a verte o peor, no poder imaginarte sin que un sutil
calambre me subiera por el cuello.
Quien sabe que habrás hecho con las palabras dichas; las
habrás lanzado al cajón del olvido igual que yo lanzaría con rencor los planes
que tenía para nosotros si acaso los hubiera hecho. Lo cierto es que aun en mi
inteligencia jaloneada por el romanticismo que lleva impreso mi nombre, todavía
alcanzaba a ver que si me adelantaba a los hechos yo iba a ser la que se
estrellara primero. Por suerte he alcanzado a frenar aunque igual me haya
quedado como un perro que ha hecho algo importante y su premio se lo ha comido
otro. Otro que no ha hecho nada.
Pese a todo, esta es la primera vez que me pregunto qué
pasará cuando por casualidad nos encontremos en las calles de esta ciudad tan
pequeña. No sé si seré yo la que desvíe la mirada primero o si serás tú quien
elija otra mesa cuando me quede con la boca abierta de verte cómo eres en tu
vida habitual. Si eso pasa espero no encontrarme
sola y será mejor que tenga un trago recién servido en la mano para hacerle
frente al encuentro. De preferencia que sea un día en el que no lleve la carga
hormonal de ser mujer, que sea cuando mi vida esté en orden y ya no sea
necesaria la autopsia de este nuestro avión, que cayó desde lo más alto del cielo. ¿En qué ranura de la memoria
guardo el destino echo polvo?
Carol, siempre Carol.
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