Maximus




Lo malo comenzó cuando Maximus enfermo. El líder de la manada se dejaba morir cuando te fuiste de la ciudad y con los ojos, los dos, te pedíamos que no te fueras. Nosotros sabíamos que una vez que estuvieras en el aeropuerto las cosas darían un giro siniestro como cuando a un perro se le voltea el estómago y hay que grapárselo a la pared del abdomen.
No importaba que tú en tu hotel de cinco estrellas me imaginaras escribiendo en el balcón mientras las cortinas de la terraza revoloteaban detrás de mí. No importaba que Maximus saludará con las dos manos y que se echara de panza al suelo cuando se lo pidieras, porque en nuestras mentes caninas pasaba algo y en tu realidad pasaba otra cosa.
En la habitación en la que en un mundo paralelo yo escribía, tú mujer se arreglaba el pelo con el secador, comentaba algo sobre los niños y decía que quería ir a comprar joyería. Entonces yo escribía desde mi casa, una terraza sin cortinas, que Tijuana era el paraíso de otros y a Maximus a quien no le quedaba tiempo de jugar con la pelota, cuidaba de tu casa mientras tú te paseabas por los viñedos de Ensenada.
Era mayo y esta mañana las hormonas me han traído el recuerdo de cómo sucedieron las cosas. Todo llevaba un orden ascendente en las palabras y los hechos. Cada mañana crecía la ansiedad que sentíamos el uno por el otro y cada noche tenías que hacer alguna maniobra para sacarte de mí y no irme a delatar mientras dormías. Toda historia amorosa que va avanzando con éxito tiene que tener por fuerza una interrupción escandalosa, una demostración de lo bien que habríamos entrenado con otros corazones para ese momento.
No puedo arrancarme los sueños que tengo después de las tres de la mañana y hoy desperté a punto de llamarte pero gracias a Dios que no lo he hecho. Que habría dicho no lo sé. A lo mejor a esa altura explicar de qué manera yo resumiría esta historia y donde había decidido que las cosas se habían volteado y dónde yo me había grapado lo más querido, a la pared del abdomen.
No terminé de pensar en llamarte cuando Maximus vino a la orilla de la almohada en la que soñaba, moviendo la cola para tratar de decirme algo. Me habría reconocido igual que lo reconocería yo sin nunca vernos pero siempre presente en una conversación. Simbólico para mi que tú igual que los weimaraner habías nacido con los ojos grises. Simbólico para ti porque yo andaba buscándote con un olfato de perro.

A las seis de la mañana despertaba segura ya de donde tenía el hueso enterrado: Justo en la parte de mi corazón dónde año con año le había echado cemento a las historias insoportables que no me dejaban en paz. No entendía el mensaje pero de alguna forma tenía una sola seguridad: Maximus no habría ido a buscarme si tú no se lo hubieras pedido. 



Tan lejos y tan cerca como enero y diciembre
Firma Carol 

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