Langosta rellena de crema ácida
Algunos tenemos historias que parecen soñadas y creo
que somos los mismos, los que no podemos explicar un sueño que nos ha turbado
al despertar. Los sueños a veces son un resumen o una conclusión de cómo es que
no sabemos de qué manera de pronto
aparecemos en lugares y con personas que han salido de la nada. Los últimos dos
meses he soñado a un hombre que me está esperando recargado en un muro porque
así fue la última vez que lo vi, y yo, por más que quiera, no puedo cambiarlo
de lugar porque su fantasma se ha quedado ahí aunque él esté ahora en otro
continente. Desde otra ciudad él se recarga en un muro sin saber que yo lo voy
a encontrar y soñar otra vez.
Me doy cuenta que sigo conectada porque hoy al ver
una langosta he pensado en la cena que no tuvimos. Todo lo bueno comienza a
acercarse como un gato que al final no se deja acariciar pero que se está
restregando en mis tobillos y prefiero, de alguna manera u otra, no hacer
ningún movimiento brusco para no alejarlo más.
Los recuerdos se van haciendo una especie de alegoría
íntima que a veces no es posible compartir porque alguien más no lo entendería.
Las memorias son trenes: a veces no se detienen en una estación, a veces chocan
entre sí y ocasionalmente van llenos de pasajeros que no tienen ticket, que no
tienen permiso, gente que debería viajar en avión, en autobús o en barco. Todo objeto, todo evento climatológico y
desastroso y cada situación que no podemos explicar o aceptar se convierte en
la metáfora perfecta del recuerdo, ese estado de la conciencia que a veces nos
quiere matar.
Sin embargo después del primer asalto uno va tomando
confianza. Ya no le amenazan igual, ya no nos roban el piso, ya no intervienen
para mandarnos al carajo sino que poco a poco, encuentran un lugar y se instalan
donde ya no estorben. Es así como deben ser los sueños.
Pero los sueños no son nuestros
y no podemos controlarlos.
Sí usted se sintío identificado
equivocado
ansioso
y/o confundido, por favor dejé su mensaje
Firma Carol
<3
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